
Rodrigo e Itzel
¿Qué tan fuertes tienen que ser los lamentos del dolor de una hija para que los escuches?
¿Por qué no me escuchas?¿Por qué no me entiendes?¿Cuántas lágrimas son suficientes para que intervengas?¿Cuánto sufrimiento necesitas para poder hacerme caso?
Te ofrezco los pedazos de mi espíritu y de mi alma para que me escuches, para que me entiendas.
¿Dónde está tu ayuda y tu defensa, madre mía?¿Cuántas veces tengo que rogarte para que me escuches lo que te suplico?¿Qué más necesitas para interceder por mí, por nosotros madre santa? Para encontrar esa alegría y ese amparo. Tu silencio ensordecedor me hace querer durar, pero tengo fe, sé que estás aquí y que me cubres, pero dime por favor por qué no me escuchas, de qué manera de lo pido, cómo te lo ofrezco, haré lo que me pidas, cualquier cosa, sin dudarlo de alguna manera. Ayúdame madre, escucha mis lamentos y mis súplicas, ¿qué tan fuertes tienen que ser, qué tan dolorosos tienen que ser los lamentos de tu hija la más débil del alma para que la puedas escuchar y ayudar? Alabo a tu Hijo con mis lágrimas a sus pies, le ofrezco mis heridas y le agradezco las suyas, ayúdame a ser como él y a entenderlo, a aplicar el amor que me predican. Ayúdame a que me ayude, a que nos ayude.